Añoro la Risa

Este pasado martes, el día después de que se cumplían diez años de la muerte de mi madre, me sucedió algo muy curioso. Entré a comprar algo de comida en un supermercado y fui a pagar. El cajero era un tipo simpático, muy extrovertido, al que le estaban sucediendo algunos percances que el afrontaba con buen humor. “Hay que reírse siempre en esta vida 
“ me dijo, tras devolverme el cambio. Y antes de marchame, me paró y me dió un euro de más, convencido de que se había equivocado con la vuelta. Me guardé ese euro en el bolsillo y salí del supermercado. Suceden estas cosas, extrañas. Extrañas por esa frase, tan corta y tan sabía, que curiosamente me repetía muchas veces quien había fallecido diez años antes. Por un momento pensé que aquello no era una casualidad y que ella misma, mi madre, me estaba enviando un mensaje. Reír. A carcajadas. Cuánto tiempo ya, aquellos momentos de risa desatada, todos en la mesa, con lágrimas en los ojos. Ese momento de risa, que se te olvida todo lo malo. Las competiciones de chistes malos tras la cena, a cual peor, y la risa tonta, fuerte, estridente, que nos salía. De ver reír a mi madre, con esa atritis reumatoide, dolorosa, implacable. Verla reír con ganas, con tanto dolor y sufrimiento a sus espaldas. Olvidando todo lo malo.

La risa se me fue, diez años ya. Poco antes de que la bajaran al quirófano, en la cama de la habitación del hospital, aún estaba de buen humor, antes del último abrazo que me dió, antes de que se la llevaran y ya se despidiera de mi, la última vez que la vi consciente, no me dejaron bajar a verla tras la operación. Se me fue y muchas otras cosas más, que no esperaba.

Tuve que volver al supermercado. En realidad, el cajero me había devuelto de más. Al final, si se había equivocado con el cambio. Regresé al supermercado y le devolví su euro. Me sonrió de nuevo. Se equivocó el cajero, vaya. No con su apreciación sobre la vida. No con ese recuerdo. Hace tanto que no me río así. Ya no lo recordaba.

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