UN PEDESTAL ABANDONADO

Hay un retrato en el museo Naval de Madrid de un marino de Guipúzcoa que parece que guiña un ojo. O al menos eso es lo que me dio esa impresión la primera vez, hace muchos años, en que me fijé en ese cuadro. Lo importante para darse cuenta de la verdad es admirar su gesto serio y firme, no de alguien que se lamenta de haberse quedado tuerto, que es en realidad lo que le pasa al retratado, sino de alguien orgulloso y valiente. En las siguientes ocasiones, escasas, me lamento, en que he regresado al museo Naval, he caminado hacia el fondo de la sala donde se encuentra la pintura de ese entonces tuerto desconocido, hoy un héroe en boca de todos, merced a lo que se lee en internet, artículos en la prensa y a unos cuantos libros, que nos recuerdan casi con vergüenza para nosotros a quien en Cartagena de Indias conocen de sobra. Me refiero como muchos (espero) habrán adivinado a Don Blas de Lezo. No voy a contar su historia, pues como digo ésta ya ha sido sobradamente y mejor contada que lo que yo pretendiera hacerlo. Se trata de la historia de la guerra de la Oreja de Jenkins, de la humillante y deshonrosa derrota que Don Blass infringió a Vernon en la batalla de Cartagena de Indias, la cual se ordenó en Inglaterra no mencionar bajo incluso pena de muerte.

Los Cartageneros como digo si lo recuerdan y mencionan, aunque no podrían contarlo seguramente, y menos en nuestro idioma, de no haber sido por ese marino tuerto de Guipúzcoa del retrato. Ahora en Cartagena de Indias podría ondear la bandera británica, veranearían las celebrities anglosajonas y mucho antes campearían por sus respetos los piratas y corsarios de la pérfida Albión, como el desorejado Jenkins, que hubieran gozado del beneplácito y los honores, como sir Henry Morgan en Jamaica.

Pero eso es mucho imaginar, demasiada ficción, aunque es buena noticia que no sea nada más que eso. Y todo gracias a Don Blas de Lezo, Teniente General de la Armada Española, nacido en pasajes (guipuzcoa, como podréis deducir) y muerto en Cartagena de Indias por causas naturales, no en los muchos combates que libró.  De hecho, no perdió ni la batalla de Cartagena de Indias, ni ninguna otra de las que libró. El olvido fue su única derrota, la que sus compatriotas le hemos infligido durante demasiados años. Su recuerdo se preservó no obstante en la otra orilla del atlántico, y en esta orilla dentro de la institución de la que formó parte De Lezo. Goza del honor de que siempre haya un navío de la Armada que lleve su nombre. Este navío, por cierto, participó en la conmemoración en 2.005 de la batalla de Trafalgar. Ese sí que es un guiño.

Esa batalla, Trafalgar, que sí ganaron los ingleses, por Nelson, otro manco, es bien celebrada y recordada. A veces pienso que tanto porque entiendo que derrotar a la Armada Española fue un logro impensable para ellos. Su pica en Flandes. Algo digno de recordar para siempre.

Para  nuestro escarnio nosotros no tenemos un lugar en Madrid que recuerde la batalla de Cartagena, ni una mísera calle o placita que recuerde a quien la ganó con muy pocos hombres menos barcos y sí mucho arrojo e inteligencia. En cambio, sí que nuestro callejero lo engrosan personajes peculiares. Uno de ellos es Margaret Thatcher. Sí, no estoy quedándome con nadie. La que cuando pudo fastidió  a España ahora goza de un destacado lugar en la villa y corte. Un claro ejemplo de la expresión “quijotada”, para quienes no lo entiendan, como pudiera ser el embajador del Reino Unido en España. Más bien quizá, estupidez, de mezclar inadecuadamente lo español con lo inglés, como es el caso de la expresión: “relaxing café con leche”. Y es precisamente la autora de este desafortunado spaninglish la responsable de dicho esperpento. Hace casi un año, rodeada de autoridades, la alcaldesa Ana Botella elogió a La Dama de Hierro como un referente para ella y todas las mujeres políticas (y conservadoras).  Y así, sin más, frente a la plaza del descubridor de América, el nombre de la difunta baronesa ex primer ministra de la Gran Bretaña, figura en una plaza, más diminuta, pero en un lugar muy destacado.

No mucho después, nuestra edil (la de los madrileños, digo) se reunió muy cerca en una inauguración muy distinta. Son las cosas de la política, entiendo. En esta ocasión para celebrar el emplazamiento de una estatua en recuerdo de Blas de Lezo, si, el marino guipuzcoano que me guiñaba el ojo. Si al menos Don Blas de Lezo no goza, como si es el caso de Jorge Juan, de un nombre en una calle, al fin en mi ciudad se le ha honrado con una estatua, erigida por cierto muy cerca de la calle de su compañero de armas. Puede entenderse jocosamente como un acto de perdón de la alcaldesa por ese exabrupto de poner el nombre de una plaza a Margaret Thatcher. Aunque en realidad no ha sido así. La escultura es fruto de la iniciativa de unos pocos y del esfuerzo económico de otros muchos. Gracias a la suscripción popular, pudo erigirse al fin una escultura con la efigie del llamado “medio hombre”, pero como dijo sobre él Arturo Pérez-Reverte, “los cojones intactos”. El que fue teniente general de la Armada contempla desde entonces impasible, con gesto grave, a la plaza de Margaret Thatcher, cuyo mérito de figurar en nuestro callejero no dejo de cuestionarme.

Y digo esto reconociendo mi anglofilia. Pero hay que dejar las cosas claras y en su sitio. Hay otros ingleses o británicos que se merecen mucho más ese honor, como Gerald Brenan, o Churchill incluso, que fue condecorado en Cuba por Martinez-Campos. Se trata de otra cosa, algo que tenemos mucho que aprender de los hijos de la Gran Bretaña: su extraordinaria capacidad de autopropaganda y saberse vender. Algo que a colación de quien hablamos ya precipitadamente acuñaron medallas presentándolo de rodillas frente a su oponente inglés. Sería la única vez en que le podrían ver en ese gesto. Ahora, todos los que se pasen por los jardines del Descubrimiento, en un lugar, a mi juicio mal elegido, algo oculto, la escultura de quien tanto luchó por su país y del que tan poco recibió.
En una esquina opuesta de los jardines del Descubrimiento había otra estatua, la de Cristóbal Colón. Más veterana, subida sobre una alta columna, la escultura del almirante de la mar océana señala hacia el nuevo mundo. Está allí desde el año 1.977, cuando se inauguraron dichos jardines. En el año 2.009, se cambió el emplazamiento de la estatua de Colón hacia el centro de la plaza, su emplazamiento anterior. Hay desde entonces un pedestal vacío en los Jardines del Descubrimiento, para mi estupor y seguramente la curiosidad de los visitantes. Algunos pensarán incluso que alguien ha robado la estatua que se encontraba en esa ubicación. Imaginaciones febriles. Otra distinta es la que yo evoco. La de que el almirante de la mar océana, en un gesto honorable, decidió cinco años antes cederle ese destacado puesto a Don Blas de Lezo.

Termino este amasijo de ideas y de historias planteando otra locura, una “petición viciosa”: siguiendo la tradición de mover las esculturas por parte de los alcaldes de Madrid. pido precisamente lo que acabo de relatar: Trasladar la escultura de Blas de Lezo al pedestal abandonado, que ocupó durante algo más de treinta años la efigie de Cristóbal Colon. Allí podrá ser visto mucho mejor por los transeúntes, y él mismo, vigilar muy de cerca, con ese gesto de guiño que no es, pero si grave y sereno, vigilante hacia el lugar donde figura el nombre de Margaret Thatcher.

Comentarios

  1. Curioso. En cuanto a lo de Churchill, dudo mucho que una ciudad que aún mantiene en su callejero personajes y emblemas de la dictadura, vaya a honrar la memoria de Sir Winston dedicándole una calle. Pero en la naturaleza humana anida profundamente la paradoja. Y respecto a la anterior edil, no sé si el español ha inventado una palabra para describirla. A mí, al menos, no se me ocurre ninguna. ¿Inefable, quizás?

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  2. No deberia ser incompatible, entiendo, si ya existe una calle para Largo Caballero en Madrid. Estas paradojas surgen para contentar a unos y a otros, o en todo caso para evitar conflictos, que ya provocó la anterior alcaldesa al nombrar la placita frente a la de Colón con el nombre de Margaret Thatcher. Al dia siguiente aparecieron pegatinas en el letrero, protestando por ese nombre. Pero lo curioso, y de lo que se hizo eco la prensa británica, es que las pegatinas las colocaron ingleses residentes en Madrid, descontentos con su compatriota, la dama de hierro.

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