Ahora que se acerca el verano y las vacaciones (para
algunos) me pongo a hablar de Madrid. No se trata de revisar la canción de
Sabina (¿o era de Antonio Flores?) así que no me voy a poner de ese modo. Ya lo
hicieron ambos muy bien, cantando a las jeringuillas en el lavabo, las
ambulancias donde viaja la muerte y las niñas que ya no quieren ser princesas.
El cuento es otro. Va como digo de las vacaciones, y del
esperado éxodo o más bien huída de esta ciudad ruidosa e insufrible. Va de la
marcha de todos los madrileños no nacidos en la capital, los que se viajan a su
pueblo, regresan a su lugar de origen. Los que añoran la tranquilidad y el
sosiego de su pueblo, piensan lo bien que se come, lo auténtica que es su gente
y el buen clima que hace.
Pienso en ellos, que
tanto sufren en Madrid, pensando en ese puente, en esas vacaciones en las que
al fin se refugiarán en un remanso de paz de su patria chica y alguna vez
cuando me han preguntado si tengo pueblo y luego sienten lástima por mí y por
todos los madrileños que no podemos gozar
como ellos. Ellos se jactan de que nos falta algo. ¿Cómo podremos
soportar tan dura existencia los madrileños sin tener un pueblo?
Ante esta cuestión, mi fibra gatuna me pide pensar en Madrid
de otro modo. Pues están equivocados: los madrileños sí tenemos pueblo. Se trata más bien de una actitud, de ver a Madrid desde otra
perspectiva. Igual que otros que viven en mi ciudad y no paran de hablar de lo
bueno que es su pueblo.
Recuerdo cuando era niño y eso pasaba en el mes de agosto. Todos
se iban a su pueblo y yo me quedaba en el mío.
Madrid se quedaba desierto. Y es que cuando todos se iban, Madrid se convierte
en un lugar tranquilo y sosegado, con pocos coches, donde a veces (lo recuerdo
bien) se podía jugar en la calzada. Donde se podría disfrutar de estupendos
paseos, se podía aparcar en el centro, divertirse en el cine y en el teatro o
ir de tascas.
Seguramente sería esa la sensación que todos ellos
esperaban. Madrid se había transformado, siendo lo que era lo que todos los de
fuera pensaban en su pueblo. Claro que también estaba lo de las costumbres, las
fiestas y cómo no, la gastronomía (eso que según José Andrés no tenemos en
Madrid). ¿Qué en su pueblo se come bien? Yo aquí como de todo. ¿Qué en su
pueblo hay zonas verdes, campos frondosos? En Madrid tengo El Retiro, La Casa
de Campo, y si se tercia, Valsaín a una hora, que no es Madrid pero está cerca.
Hay algo además que si tenemos en Madrid. Y es la oferta
cultural. Sé que no llegamos a los niveles de Barcelona, pero no está mal. Y para muestra, las excursiones que hacen
desde toda a España a ver el teatro. Se entusiasman desde Baracaldo a Sanlúcar
con el espectáculo de El Rey León en La
Gran Vía. Un exitazo. Lástima que no vengan para ir a las
naves de El Español.
Existen muchos madriles, buenos y también malos. Pero estos
últimos son a menudo los que todos resaltan.
Siempre que viajo fuera, hasta en vacaciones, pienso en los buenos,
los de mi pueblo. Como todos los que me dicen que no lo tengo. De veras que les
entiendo.
Pues eso. Viva Madrid, mi pueblo.
Ahora que vivo en un pueblo. me ocurre lo mismo, pero al revés: en agosto, yo también voy a mi pueblo, a Madrid. Que, en el fondo, no es más que el viejo 'poblachón manchego' de siempre. Más grande, más ruidoso y más sucio, pero igual de inadaptado a la esencia urbana de las grandes capitales europeas.
ResponderEliminarEs cierto, pero hay algo que todavía retiene Madrid en la esencia de un pueblo idilico. Al menos pienso que es nada más el escenario de nuestros recuerdos felices, y eso es lo que buscan quienes retornan a su pueblo. El mío, es un lugar a veces inhumano y muchas insufrible, pero de vez en cuando evoca para mí esos lugares felices. Un saludo
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