Madrid permite realizar otro viaje extraordinario, de no
muchas leguas pero que nos permite trasladar muchos siglos atrás, a tiempo de
los faraones. Es extraordinario también porque el viajero no es una persona,
sino un edificio.
Es éste, el templo de Debod. Un lugar ya emblemático y de
obligada visita a los turistas que acuden a la capital. La construcción más
antigua de Madrid, mucho más que la propia ciudad. Aunque esta paradoja, como
todos sabemos, tiene truco.
No pretendo contar aquí la historia de la nueva presa de
Asuán, del regalo de Egipto a España y del traslado de uno a otro país del
edificio. Se trata de contar mi experiencia personal en relación a este tesoro
cultural que los madrileños debemos cuidar, y que me temo por lo que leo en la
prensa, que en relación a esto, no nos deja en buena posición.
Pues ahí voy. Con mi historia personal. Fue en 1.972 cuando
se abrió al público. Recuerdo con vagos flashes de memoria cuando mis padres
nos llevaron a verlo. Yo tendría no más de cinco años, prácticamente la misma
edad que tiene ahora mi hija Carmencita.
Hace
no muy poco que la llevamos a visitar el templo de Debod. Repitiendo el mismo
ritual, esta vez yo como padre. Entramos en el templo que si hablase, contaría
millares de historias. Me ilusiona fijarme en ella con esa carita de admiración
y de sorpresa al encontrarse en un edificio auténticamente Egipcio.
Dicen que tuvieron el detalle de
emplazar el templo con la misma orientación original. Entonces, es posible
disfrutar de una puesta de sol igual que admiraron quienes construyeron el
templo, decenas de siglos atrás. Y si la imaginación se libera, borrar de un
plumazo todo lo que rodea y divisar solo el lugar arenoso, interrumpido solo
por el agua del Nilo.
Ayer
escuché en la radio la historia del templo y me hizo recordar aquella primera
visita, de la mano de mis padres, hace cuarenta
y tantos años, y el regreso, de la mano de mi hija, hace cuarenta y tantos
días. Para mí la sensación es que ha
pasado mucho tiempo, pero como digo, si el templo milenario de Debod me
escuchase y pudiera reaccionar, seguramente se reiría.
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