LLÁMALO "X"



No sabían qué iba a ser de nosotros.  La generación más preparada de la historia de España y se quedó en nada. Tantas promesas de trabajo seguro, de emprender nuestra vida igual que como nuestros padres hicieron. Pero el trabajo no llegaba. “No hay trabajo para nadie”, escuché sin hacer mucho caso.  Pero así fue. El panorama era de cientos de miles de universitarios, con mucho esfuerzo a sus espaldas y ninguna expectativa. Y así nos quedamos. Compuestos y sin empleo.  Nos quedamos en la estación, esperando nuestro tren, pero su locomotora se había parado muchos kilómetros atrás, lastrado por los cascotes del muro de Berlín. Alemania estornudó y el resto de Europa cogió la gripe. Las cosas se tornaron malas y luego peores, y nosotros aún confiábamos en que aquello no era para tanto. Pero sí lo fue.  Las puertas del empleo se nos cerraron. “es que estamos en crisis”, nos dijeron, “pero dame tu curriculum por si acaso”. Enviamos cientos de ellos.  Recibimos respuesta de algunos, aunque solo la cortesía de pedir que mi “perfil no se ajustaba a sus necesidades”.  Y así sin esperanza de mejorar.  Nos convertimos en cientos de miles de parados de larga duración, muchos de ellos sin haber tenido su primer empleo.  Nos quedamos a vivir con sus padres, escuchando las críticas de los protagonistas de los hijos del 68, los miembros de la generación que montó barricadas en las calles de París. Sin hacerles mucho caso, ni tampoco reaccionar como ellos, al abrigo de quienes más se preocupaban por nosotros seguimos luchando, sin encontrar ese futuro que la economía global nos negaba.  


Pasó el tiempo, que no fueron unos  meses, sino más de un año.  Poco a poco, la gente fue renunciando al sueño, y las licenciadas en derecho ocuparon las cajas del PRYCA, los ingenieros condujeron taxis por las noches, los economistas que soñaban con ser Mario Conde acabaron cuadrando cuentas o vendiendo seguros casa por casa. Otros como yo, viajaron setecientos kilómetros para cobrar lo justo y  malvivir en un piso compartido para poder entrar al fin en el mercado laboral.  Otros, asistieron a cursos del INEM o se encerraban durante horas para prepararse una oposición de Auxiliar administrativo. Los más aventajados o más listos, empleaban los domingos en hacer auditorías. Mientras tanto, nada parecía que aquello fuera especialmente destacable en los medios de comunicación.  La tormenta del desierto nubló lo que estaba sucediendo con la juventud española.  Tímidamente arrojaban las cifras del paro juvenil.  Luego las volvían a poner en pantalla. A los que gobernaban, que casualmente eran del mismo partido que los que lo hacen ahora, no les debió afectar mucho aquel desastroso calificativo. Quizá la situación les desbordase, igual que ahora y se mostrasen inoperantes. No pudieron consolarnos con otra olimpiada u otra EXPO. No sabían qué hacer. Hasta que algo sucedió. Quienquiera que fuese, se le ocurrió decir que éramos la generación perdida.  Nos pusieron un nombre, una “X”. Nos etiquetaron y ya está.  Lo mismo que con el arca de indiana Jones, almacenada en un gigantesco lugar del gobierno, y problema resuelto. Generación X, Luego nombraron  a Jose Angel Mañas y a Jorge (Perdón, Ray) Loriga como dos de sus máximos exponentes y Así quedó la cosa.  Ya no éramos un montón de refugiados de los desmanes del  capitalismo global.  Éramos generación. Nos etiquetaron. Y problema resuelto.

Toda esta triste historia, cuya continuación pasó por los contratos “de formación”, las prácticas en empresas sin cobrar, me viene a la memoria a raíz de lo estos días está en boca de todos.  Aunque fue antes del campamento de sol, del 15-M y de las visitas de curiosos, y de bienintencionadas visitas de intelectuales y artistas.  Me llamó la atención un titular de un periódico acerca de “los jóvenes sin futuro”. Cinco millones de parados en España. La mayoría son jóvenes que nunca han tenido un empleo.  Otros viven con sus padres, pero porque han regresado de sus casas, imposibles de pagar tras perder su empleo. Una generación sin futuro. Se había repetido la pesadilla. Aunque quizá más grave.

Aquel titular me hizo reflexionar si realmente estaba viviendo la realidad o me encontraba viviendo un dejavu que me trasladaba veinte años atrás.   Otra vez los muchos cientos de currículum enviados. Las  pocas decenas de respuestas negativas. El opositar de lo que fuera.  El ofrecerse a trabajar gratis a cambio de la experiencia.  Y al fin, aquella esperanza en forma de contratos basura.  Hubo, no obstante, una pista que me ayudó a confirmar que, por desgracia, no me encontraba protagonizando de nuevo ese mal sueño.  Se trataba de la cifra. Cinco millones.  En 1993 no eran tantos. Cinco. Y no quiero hacer la rima tonta, pero eso es lo que les están haciendo a los jóvenes de ahora. Cuando yo salí de aquella pesadilla pensé en un nunca mais laboral y que los que dirigen la democracia en nuestro nombre lo eviten a toda costa.  Pero una vez más hemos visto que el destino de millones de personas no se decide  desde los hemiciclos sino desde los parqués y desde los despachos de los bancos. Toma el dinero y corre, gritaron  algunos en el 2004.  Que lo arreglen otros. La banca  gana, dijo finalmente el croupier.



Sin embargo, aparte de lo llamativo de los campamentos y las pancartas colgadas en las fachadas,  pienso que realmente que a esto no nos  preocupa mucho.  Da la impresión de que esto es así y no hay forma de reaccionar. La globalización diluye, debe ser, las responsabilidades. Los que la asumen, señalan con el dedo al otro y éste al de más allá, pero ninguno aporta nada serio. El desastre de una generación está a la puerta de la esquina, pero todos escuchamos sin indignación la “compra” o “venta” de un jugador por ochenta millones de euros. Muchos de los jóvenes parados y que nunca han tenido un empleo también lo hacen, en los televisores de casa de sus padres. Algunos incluso habrán gastado los setenta euros que cuesta la camiseta oficial de su equipo favorito. Y se la  pondrán algo consolados, quizá, pensando supongo que de algún modo se visten un poco de su buena fortuna.   Al fin y al cabo, las dos cosas, son exactamente lo mismo, noticias en los medios.

Será el inconformismo,  la decepción de este sistema, la desidia escéptica que nos inspiran los políticos. No hay reacción.  Salvo algunos que se han acercado y dejado fotografiar, no he escuchado ningún manifiesto de intelectuales o artistas a favor de la juventud. No he visto a ninguno de ellos en la calle protestando por esta tragedia. 
Eso era lo que esperaba.  Aunque quizás, el recuerdo de aquella generación perdida surtiera efecto en los que la protagonizaron y actuasen de algún modo. Los que vivieron eso que ahora se repite, casi veinte años más tarde, seguramente se levantarían en contra de eso y protestarían, pelearían como lo han hecho en otras ocasiones, se indignarían.


Pero no lo hicieron. Sí fue un intelectual francés,  al que se ha sumado el nonagenario Jose Luis Sampedro.  Ha tenido que venir un superviviente de un campo de concentración para llamarnos al orden y hacer que nos indignemos.  En los medios se le cita más bien por haber publicado un libro.  Pero nada más.  Los que de verdad tienen influencia,  callan la boca. Incluso algunos tildaron de criminales a los controladores aéreos, pero no dicen nada ante esta ignominia del paro juvenil.  Son más importantes las vacaciones de unos cuantos que el empleo de millones  de trabajadores. Aplauden a políticos inteligentes pero no claman en favor de los jóvenes que han puesto sus esperanzas en sus manos. Otros se echan a la calle protestando contra el intervencionismo occidental,  pero tampoco protestan contra los cinco millones de parados, los muchos que han tenido que abandonar su casa por no poder pagarla y regresar al nido paterno, aunque la hayan abandonado momentáneamente por un campamento en el centro de las ciudades, donde ya, por cierto, se han erigido líderes y representantes.

Muchos apoyan y se enorgullecen de esta  actitud. “Tenía que ocurrir”, dicen algunos. Espero que todo no quede en un episodio nostálgico del “flower power”, pensarán otros.  “La democracia necesita un cambio”, afirman los más sesudos.  Yo, y tras haber pasado las elecciones, y ver que ninguno de los que realmente deben hacer algo se han inmutado o dicho absolutamente nada, sospecho que todo pasará de ser un episodio que morirá por sí mismo, ahogado en sus propios sueños utópicos. Esta generación, la de los cinco millones de parados,  no tiene una “X”.  Pero al menos, mejor que eso, se quedará con una bonita foto.

Comentarios

  1. Lo siento Fonso, es un poco tarde y no he leído el artículo al completo, pero lo cierto es que hoy en clase hemos hablado de esto y yo también he recordado los tiempos de que hablas. ¿Te acuerdas de aquel 'contrato' que nos comentó Manolo, en el que no se cobraba nada durante varios meses y no te podías despedir antes de tiempo, sin indemnizar a la empresa? Y había colas para entrar... Escribiré algo en mi blog al respecto, porque tu artículo merece un coemntario más completo que este. Pero antes tengo que leerlo entero. Aquí hay mucha tela que cortar...

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