EL MUNDO INOCENTE DE LA NIÑEZ

Saludos a todos y buenas vacaciones.


"EL MUNDO INOCENTE DE LA NIÑEZ"


—Pablo, las niñas se están asustando.

Hacía frío y era tarde. Desde el exterior del callejón, una mujer atónita y dos niñas temblorosas contemplaban cómo el cabeza de familia se había parado, justo en la entrada de un oscuro callejón. Se interesaba en una figura humana, en un tipo sentado en el suelo y apoyado en la pared desconchada. Estaba guarecido entre dos contenedores de basura. El hombre giró la cabeza observando a distancia a aquel tipo, tirado de aquella manera. No era raro ver vagabundos en aquella zona del centro de la ciudad. Cada vez más. Ya no eran los habituales desposeídos sociales, los habituales perdedores. Ahora se veía gente corriente, los mismos que uno se puede cruzar en el autobús o sentado frente a una mesa de una oficina. Gente que había sido expulsada por un sistema aparentemente seguro pero que de vez en cuando hacía naufragar. Ángeles expulsados del paraíso del capital. Pero aquel tipo no parecía de esos. Desde el exterior del callejón, solo se podía apreciar que no se movía y tenía la cabeza ladeada, exhibiendo una postura algo grotesca. Cualquiera hubiera pensado al fijarse en él que se trataba de otro borracho más tirado en un callejón. Pero Guzmán era muy observador. Su trabajo se lo exigía. Cualquier detalle trivial, que al resto de los transeúntes le hubiera pasado desapercibido. Algo no encajaba.

— ¿No puedes dejarlo ni siquiera en estas fiestas?

Guzmán no respondió. Seguía atento en aquella figura olvidada, perteneciente a otro mundo, oscuro y sucio. Desde el exterior, de escaparates luminosos, su mujer y sus dos hijas le esperaban a varios pasos de distancia. Al fin, entró en el callejón y se acercó al cuerpo. Le observó con cuidado. Pudo apreciar que estaba bien vestido. No era un vagabundo. No olía a alcohol. Tampoco su aliento, pues no tenía. Luego se fijó con más atención, más arriba, y el viejo subinspector Guzmán sonrió y se dijo a sí mismo que sus tripas nunca le habían fallado.

—¿Central? Aquí Guzmán. Pasaje de carena. Varón blanco de unos treinta y cinco años, complexión fuerte. Muerto aparentemente por traumatismo craneoencefálico… ¿Qué si estoy de servicio?, no, no lo estoy. Corto.

A su hija mayor siempre le pareció que su padre tenía un trabajo especial. Enseñaba su placa y se llevaba a los malos, como en las series de la tele. Pero cuando le escuchó hablando por su teléfono móvil, le pareció más que desempeñaba un trabajo normal. Avisaba del hallazgo de un hombre muerto con insoportable impasibilidad. Aquel suceso terrible, dramático, para una inocente niña de doce años. No hizo caso a su madre cuando le ordenó que no entrara en aquel lugar, que dejase hacer a papá. Pero él no la vio, petrificada al contemplar el cuerpo de aquel hombre al que le faltaba parte de su cabeza. Pasado el tiempo, ella nunca olvidaría la forma en que abandonó el mundo inocente de la niñez.

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