EL ESCRITOR Y LA NOCHE

Bien. Feliz año a todos, que es lo que se suele decir cuando se inicia la primera conversación entre dos conocidos, tras las uvas de la nochevieja, aunque pase un mes, o casi. Mis disculpas por la tardanza. Hubo causas mayores.

Dejo una breve historia que se me ocurrió hace ya un par de meses. Trata de un hombre joven y de otro mayor, curtido por los años y por la experiencia, que, paradójicamente y de forma poco habitual, aprende del primero.

Espero que os guste.


"EL ESCRITOR Y LA NOCHE"

Es de noche en la ciudad y aunque es otoño aún el tiempo mantiene una inusual tregua que permite salir a la calle y disfrutar de un agradable paseo. Jorge esperaba en una terraza a su mejor amiga, que como era algo habitual se retrasaba. Justo cuando ella llegó, como si tal cosa, se sentó frente a ellos un hombre mayor, ataviado de forma austera mostrando un aspecto algo “Hippie”. No despegaba ojo a la pareja, aunque lo hacía con discreto disimulo. Mientras, Myriam, que era como se llamaba la chica, sonreía a su amigo y le hablaba de lo que había hecho en el día. Jorge solo escuchaba. En ese momento era el foco de la oculta atención del hombre mayor, parapetado en un libro de bolsillo al que atendía con poco interés a través de unas gafas. El, de vez en cuando dirigía sus ojos hacia el joven, y esbozaba una leve sonrisa. Éste, a su vez, escuchaba embelesado a su interlocutora, aislado del resto. Hasta que al fin, rompió su silencio.

-¿Te apetece cenar?
-Hummm... No sé. Es que no tengo mucha hambre.
-Pues tomamos unas tapas y ya está. Aunque sea aquí.

Ella miró su reloj, y con gesto condescendiente asintió.

-Vale. Pero nos recogemos pronto.

El hombre mayor pidió igualmente un poco de comida y siguió como si tal cosa. Mientras, La joven pareja conversaba ya animadamente. Él más relajado, aunque poco locuaz. La observaba atento, reposando la barbilla sobre el puño. Al fin, Myriam comprobó de nuevo su reloj y se despidió de su amigo. Jorge prefería quedarse un poco más, disfrutando de la agradable noche, le dijo. Así él podría contemplarla a distancia.

-¿Puedo sentarme?

El hombre mayor casi hizo saltar a Jorge, que en ese momento estaba distraído anotando unas palabras en una libretita.

-Adelante.

El hombre mayor arrastró la silla metálica, la misma que ella había usado y se acomodó frente al joven.

-Bonita chica.
-Si.
-¿Me permites un consejo?

Jorge asintió con cierta desgana.

-Creo que debes pulir tu arte de la seducción. A la mujer hay que ganarla con el verso, con las palabras, embrujarla con hermosa semántica. Hay que atrapar su atención, haciéndola creerse la más hermosa, elevarla hasta el trono con tus halagos. Mímala, sedúcela de ésta manera y se te entregará gustosa.

-Si, pero yo disfruto así, con su conversación. Disfruto escuchándola, viéndola sonreírme, notando que gozo de su confianza. Así yo soy el que se siente alguien especial. Yo soy el privilegiado. Yo uso el verso y la palabra para después.

El hombre mayor se rió.

-¿Eres escritor? -El hombre mayor miró a la libreta.

-No.
-Me parecía que lo eras.
-Entiendo. Pero lo hago por mí. Estas palabras son mías y de nadie más. Reflejan lo que siento en este momento y dudo que otros lo sientan. Escribo para guardar mis sensaciones, y cuando pase el tiempo recordar estos momentos. Por eso permanezco impasible. La guardo en mi memoria, guardo su sonrisa, su suave piel y su mirada que me atraviesa, que me eriza todo el cuerpo. Para mí ella está sola frente a mí y nada más. Todo lo demás no me importa. Luego escribo lo que siento. Algún día, cuando ya no vuelva a verla, abriré de nuevo esta libreta y recordaré este momento, así, tal y como lo he sentido. En ocasiones lo hago. Me siento mal y releo y mi corazón late de nuevo alegre. Nada me importa más que eso.

El hombre no pudo sino emocionarse. Siguieron conversando animadamente hasta que el hombre mayor y el joven vieron que no eran tan diferentes. Hablaron de lo divino y de lo humano, del arte de vivir y de los desastres de la sociedad, hasta que cerraron el local.

-Me gustaría que nos volviéramos a ver. A propósito. Soy Juan López-Valls.
-Te conozco –Jorge le dio la mano-. He leído algunos de tus libros.

El escritor sonrió a Jorge antes de tomar caminos opuestos.

-Adiós. Te saludo, poeta.

Comentarios

  1. Lo he meditado y no estoy seguro aún de qué decirte, pero allá va. Se nota que has reflexionado mucho sobre qué consiste el "arte de la seducción". No estoy seguro de que sea como tú dices (a través de tu personaje), pero para contradecirte, tendría que saberlo yo y no es así. Bueno, está bien la idea del doble uso del lenguaje por parte de cada personaje. Sólo una cosa, que se te ha colado (esto es frecuente y a veces se pasa por mucho que lo revises): el escritor dice, "¿Puedo sentarme?" y Jorge le contesta "Adelante", y varias líneas más abajo le ofrece asiento. No es forzosamente "inconsistente", pero suena a despiste del autor.

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  2. En realidad se trata de lo que uno se queda para sí. La idea es más sobre el romanticismo, del amor platónico, que de la seducción, del bien que nos hacen las palabras al evocar momentos. De deleitarse con la belleza de quien uno ama en un instante determinado, de usar las palabras para el beneficio propio,en lugar de usarlas para un propósito, que sería el de la seducción.

    Miraré lo que me comentas. Es verdad que por mucho que lo releeas, se pasan cosas por alto. Gracias, por cierto.

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  3. Sí, sé que te refieres a la doble función del lenguaje de cada uno de los personajes, por eso te decía que me parece buena idea. Tú, es que estás enamorado. Pero eso no es malo...

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