EL CONVERSADOR

Ayer por la mañana, nada más despertarme, me surgió una idea. No tardé en contarla en mi página de la red social, aunque y supongo que por la escasez de comentarios, o no lo han comprendido o simplemente han pensado que se trataba de una chifladura colgada (colgadura) producto de mi febril y desbocada imaginación. El propósito es otro, no se trata de un malsano comentario de mal gusto en estos malos tiempos. Así que he decidido explicarlo, y cómo mejor, con un ejemplo.



El local acristalado permitía contemplar una espléndida panorámica del exterior, que a aquella hora de la tarde era un maremágnum de personas que iban y venían a toda prisa, y de otras que quietas esperaban. Él prefería hacerlo dentro, más abrigado entre una multitud ordenada en mesas de a dos o a cuatro. Su atención se centraba más allá de aquel archipiélago humano y así, distraído fuera de allí, del murmullo interior y de anodinas conversaciones, observaba hacia fuera, al tiempo que giraba despacio la cucharilla sumergida en su café. Lo hacía distraídamente, sin prisa. Hasta que al fin, vio cómo alguien con aire despistado se paraba frente a la puerta giratoria. Luego, tras titubear un poco, la cruzó y entró en el enorme salón. Antes de adentrarse, Se hizo a un lado para evitar las implacables entradas y salidas de los atareados camareros. El muchacho escudriñó aquel lugar hasta que descubrió una mesa, ocupada por un hombre no muy mayor ni muy joven. Se fijó en la revista que había puesto sobre la mesa, girada intencionadamente hacia el lado opuesto, para que quien llegara pudiera leer el título: "Sky Telescope". Esa era la señal convenida. Antes de ir hacia la mesa, el joven tragó saliva, mientras el hombre sentado, que hacía como que no le había visto, encendía un cigarrillo. El hombre se puso en pie y le tendió la mano, nada más que el mucacho se plantó frente a él. Éste hizo lo propio.


-Hola. Me llamo Alejandro.

-Jorge.

Alejandro soltó la fláccida mano de Jorge, que permanecía quieto frente a él, algo tembloroso, tras pronunciar su nombre en un tono de ultratumba. Desde luego que no era el auténtico nombre, Siquiera el de ninguno de los dos, pero qué importaba.

-Siéntate, por favor.

Jorge se sentó y se situó a cierta distancia y de brazos cruzados, lo que provocó una sonrisa en Alejandro.

-¿Quieres tomar algo?

Jorge Asintió, sin mirarle a los ojos. Alejandro se fijó que centraba su atención en la revista que aún permanecía sobre la mesa. Luego avisó a Juan, el camarero que conócía de tanto tiempo, que preguntó a Jorge lo que iba a tomar. Juan tomó nota y se alejó.

- En el mensaje ponía que has estudiado física.
- Así es.
- Por eso se me ocurrió lo de la revista. Soy un apasionado de la Astronomía, desde niño. Quizá por la quietud y armonía del cielo, en oposición a este caos terrenal, no sé.


Jorge miró a Alejandro fijamente, de arriba abajo y subió la guardia de nuevo. En ese momento, Juan dejó sobre la mesa un vaso con un batido de chocolate.

- Las estrellas y los planetas -intervino Juan, antes de irse - Mira que eres rarito.
- Adiós Juan. - cortó secamente Alejandro.
-Yo hice mi tesina sobre la radiación de fondo estelar -aclaró tímidamente Jorge, nada más comprobar que el camarero se había alejado lo suficiente.

-Muy interesante. Espero que me cuentes muchas cosas sobre eso. Pero antes, te cuento las condiciones. Seis euros la hora, y cincuenta si es la tarde completa.

- ¿Y ...ya está?

-Claro, ¿Qué creías?

Alejandro vio que Jorge había bajado un poco la guardia y se mostraba aliviado. Fue eso lo que hizo darse cuenta. y le provocó una carcajada.

-No, Hombre, no es lo que tú crees. Recuerda lo que dice en el annuncio. Solo tienes que comportarte como si fueramos amigos y charlar. La única norma es que está prohibido hablar de política, de religión y de chismorreos, pero como no sabemos nada del otro eso se obvia.

Alejandro y Jorge hablaron entonces. Charlaron sobre Estrellas y Galaxias, de la materia oscura del universo y de platenas recientemente descubiertos. Luego la conversación discurrió acerca del cine clásico, del bueno, para más adelante centrarse en el arte moderno y como no, de literatura. Pasaron así un par de horas cuando Jorge, cuyo gesto se había tornado más relajado, pidió otra consumición.

-No entiendo qué pretendes haciendo esto.

-Muy sencillo. Me gusta conversar, Me gusta salir de tapas con los amigos, quedar con ellos en casa.

-Puedes hacer como todo el mundo.

Alejandro hizo una mueca irónica.

-Aún eres algo joven para entenderlo. Confieso que, cuando tenía más o menos tus años, lo hacía, o mejor dicho, podía hacerlo. Quedaba con gente, hasta que poco a poco, llegó el aburrimiento, o un cambio en las necesidades personales y al final te quedas solo. Tampoco es fácil encontrar gente que le guste hablar simplemente, sin herir a otros o retar al resto sobre quien es más desgraciado. Es difícil encontrar gente que simplemente disfrute de una buena conversación sin más. Intenté buscarlas en internet, redes sociales, pero al final, la gente no responde. Siempre me resulta irónico que en la era de las counicaciones uno pueda sentirse tan aislado. Así que, al final, se me ocurrió una idea.

-¿Y cual es?

-Pensé en la mejor manera de motivar a la gente de verdad. El dinero

Jorge se sobresaltó.

-No lo entiendo. Eres educado, amable, pareces buena persona y no interrumpes al hablar. Seguro que hay mucha gente que le agradaría tu compañía.

-Como te dije, ya lo he intentado todo. Es inútil. La mejor solución es ésta. No hay implicaciones emocionales de ningún tipo. Solo hablar por hablar. A mí me gusta charlar y no me importa pagar por ello. Tengo dinero. Si, como ahora, me apetece pasar la tarde en un café charlando de lo que me gusta, cincuenta euros es un precio razonable. Algunas veces recurro a otros, como tú, que a cambio de doscientos euros me invitan a cenar a su casa y pasamos una bonita velada, hablando de cosas mundanas y, en fin, disfrutando de la compañía de gente agradable. Otras contrato a gente para ir de excursión al campo y alguna vez a alguna chica para pasar una semana en la playa, sin nada más, como te dije. Para eso recurro a otros medios. Yo con esto busco buena compañía. Y me va bien. Hasta he pensado en patentar la idea.

-¿Y no te parece algo triste?

-Todo lo contrario. Así nadie me decepcionará.



Comentarios

  1. Joé! Sí que es triste. Pero no creo que tú estés tan solo como prtendes dar a entender aquí. Aunque es cierto que no abunda la charla que no verse sobre los últimos cotilleos y otras majaderías por el estilo, me parece que hay mucha más gente que piensa lo mismo que tú, de la que pueda parecer. Es sólo que, cada vez más, vivimos en una civilización de islas desiertas apiñadas uas contra otras. Hay demasiado ruido.

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  2. Es triste, pero es la vida que nos aplasta con su ley inexorable. De lo que más abunda en este mundo es seres humanos y mira que es difícil no sentirse solo. El minirrelato es también una alegoría del asilamiento al que tendemos en esta sociedad, cada vez más materialista.

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  3. Y la cuestión importante es, sabiendo que en el archipiélago humano hay gente con similares inquietudes, establecer contacto. La pereza al final nos puede. La gente prefiere sentarse frente a la TV que echarse unas charletas.

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  4. Y sobre mi soledad, podríamos hablar un poco más, pero no quiero aburrirte...

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  5. No es aburrido. Mira, creo que sé a qué te refieres, pero esto es algo que aprendí desde muy pequeño y, en buena medida, forma parte del propio carácter. Siempre me he sentido raro, como si mi forma de ser y de pensar, no tuviera nada que ver con la de la mayoría. Lo que ocurre, es que aprendí dos cosas: a guardarlo para mí y no esperar de los demás nada en ese sentido (te aseguro que los años en que salíamos toda la panda de la Escuela a charlar a los cafés, fue la primera vez que hice lo que realmente me gusta), y a comprender que a los demás (la gran mayoría) hay que aceptarla como es, si se quiere mantener unas relaciones sociales tolerables y en paz. Así, aprendí a no sentirme solo (aunque me daba cierta ventaja cierta propensión a la soledad). En ese sentido, me gustaría que pensaras si este sentimiento no brota también de un cierto rasgo de tu carácter (como me ocurre a mí también) y que, por tanto, no es totalmente justo hacia los demás este tipo de acusaciones, por más que pueda estar de acuerdo contigo. Tenemos una forma de ver la vida muy particular, que no es la mayoritaria, pero que tampoco es tan minoritaria como pueda parecer, y eso hace que no resulte cómodo ni fácil establecer unas relaciones fluidas con los demás. A esto, yo añadiría que estamos saturados de información, de ruido y de consignas (políticas y comerciales) y esto, al menos en mi caso, me empuja a separarme un poco, a ver si así puedo pensar con claridad. Por eso, me gusta ir a la montaña, para aislarme un poco. Estoy cansado de todo esto...

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  6. Pues eso Alfonso, que me recuerdas a Mihura (no a Poncela) en su Maribel y la extraña familia.....y no solo por la coincidencia de los invitados que compran para conversar sino por el protagonista y su nobleza quijotesca.

    Ya sabes que en esto que cuentas, estoy muy de acuerdo contigo.

    Por cierto, buen relato!

    Eduardo

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  7. Me parezco al de "amanece que no es poco", el que se pone a escribir y le sale igual que a Faulkner

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