DOMINGO EN EL TEMPLO

Es primer domingo de mes y las familias acuden fielmente a la cita. Al pie del gigantesco edificio, rematado con una cúpula semicircular de cristal, se va agolpando la gente. Pronto las gigantescas puertas se abren de par en par y entran. Como un embudo, la masa humana se deja engullir lentamente por el templo. Hombres, mujeres y niños, nada más entrar en el gigantesco edificio frenan su ansia y enlentecen el ritmo, admirados por la grandeza del lugar. Miran hacia todas direcciones. Por todos lados hay multitud de capillas, formadas por paredes de cristal, que permiten ver en su interior enormes imágenes de las deidades que se veneran y también efigies inanimadas. Son criaturas míticas, modelos de perfección y de belleza a seguir por los fieles. Dentro de las capillas, siguiendo un ritual largamente aprendido, las mujeres se reúnen en torno a una enorme cuba de madera rellena de objetos, de diferente tipo según sea el culto de cada capilla. Los hombres raramente las imitan. Tan solo las siguen y observan la liturgia que ellas conocen. Las mujeres toman un objeto, lo elevan y lo observan detenidamente para luego arrojarlo de nuevo al montón. A veces los objetos, llamados “prendas”, están clavados en la pared, y ellas hábilmente los descuelgan y de igual manera lo elevan, se lo pegan al cuerpo y de acuerdo a una ceremonia posterior, se colocan en fila para entrar una por una en una cámara especial donde se ponen las “prendas”. Las que salen de la cámara prosiguen el ritual y colocan la “prenda” en su sitio original o en ocasiones se dirigen hacia un pequeño altar, donde uno o varios sacerdotes bendicen la prenda y se la entregan a cambio de un donativo. En otras capillas son los hombres quienes realizan un rito similar, y de igual modo, padres y madres inician a sus hijos realizando los mismos ritos por ellos. Pasa el tiempo y el templo es ya una vorágine de plegarias, de ruegos de fieles, que entran y salen de las capillas, rendidos en sus creencias. Cuyo culto rinden el primer domingo de cada mes.

Fuera del templo se encuentran otros lugares de culto, de aspecto menos solemne pero igualmente grandiosos. Cada uno profesa un culto único y cuando se entra en uno de ellos son generalmente los hombres quienes profesan tal fe. Dentro hay acumulados cientos de objetos, que los hombres tocan y sopesan y si ellos lo consideran adecuado, toman para llevárselo del templo. Muchas familias recorren templo tras templo, hasta que el día llega al fin a su ocaso y regresan a sus casas, a veces sin la conciencia real de que los objetos que se ha llevado eran realmente necesarios para sus vidas. Simplemente eran medios para profesar el nuevo culto, al que se rendirán nuevamente el siguiente domingo primero del mes.

Antes las familias se reunían en domingo para pasar el día en el campo o visitar a otros parientes. Y Mucho tiempo atrás, en tiempo de sus padres y abuelos, las familias profesaban otro culto, más ancestral, que se oficiaba en pequeños templos, muy cerca de sus casas.

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