UN DÍA SIN MÓVIL


Parece que la bombillita literaria se mantiene, a pesar de la contaminación acústica de la que soy víctima desde muy temprano hasta la noche. Es posible que me haya habituado, gracias a las técnicas de concentración que no es otra cosa que centrarse en lo que se quiere hacer y mandar las influencias externas al carajo. ¡Cómo me gustaría pasar un día de paz y tranquilidad, disfrutando de la relajante sensación del silencio! ¡Que no suenen las estridentes voces de las marujas-periodista, los estruendosos sonidos de los anuncios o los timbres de los teléfonos!


De todo eso, por mi parte, puedo gozar de lo último. De que por una mañana o por un día no tenga cerca el teléfono. Las primeras veces no por propia intención, sino más bien por despiste. Antes me daba la vuelta y volvía a recogerlo. Ahora que me he dado cuenta del goce de disfrutar de un día sin móvil hasta me alegro. Qué gran día, libre de toda atadura 3G, sin que nadie te haga la preguntita de "hola, ¿dónde estás?". El invento más infame del siglo pasado, estar comunicado en todo momento y en todas partes. Un moderno grillete, que nos esclaviza y además nos funde la cuenta corriente.


La verdad es que al principio uno no se da ni cuenta; se lo compra sin más, pensando que es una comodidad extraordinaria, pero no cae en la cuenta de que es un instrumento para nuestra degeneración personal. Cada dos años, a comprar uno nuevo, Luego viene internet desde 3G, vamos, la ruina. Como en Matrix, uno vive la inocente fantasía tecnológica, hasta que se despierta del engaño. Solo queda entonces la rebelión. Así, ya he decidido no usarlo más que en ocasiones especiales y el resto del tiempo, dejarlo en casa, muerto de risa. Qué felicidad.

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