Acabo de terminar de leer el borrador de la última novela de un amigo, una historia que discurre en un lugar indeterminado, más o menos a finales del siglo XIX. Este hecho, el de la creación literaria por seres mortales, me ha recordado una entrevista en la televisión a un famoso (que no eximio) escritor en la que, y tras la pregunta del porqué no se leía en nuestro país, respondió que eso era porque a todo el mundo le había dado por escribir.
Es posible que, al tratarse de un programa en el que los invitados parecen sentirse obligados a superar el ingenio y la gracia del presentador, y que por las intempestivas horas del directo no se le ocurriera decir otra cosa. Es comprensible. Lo debo achacar al cansancio y a la nocturnidad, que no al fino sarcasmo y gracia que él pretende hacer gala en sus libros (a mí me parecen de lo más zafios y vulgares). Lo que no fui capaz de entender es que pidió públicamente que nadie le volviese a enviar manuscritos de 800 páginas (a ver si él es capaz de escribirlas).
Al superescritor tampoco le parece bien que se escriban novelas históricas. Por eso él ha publicado una, en forma de parodia, ridiculizando un género que dignificaron grandes autores como Graves o Waltari. Claro, que una historia estrambótica e infumable de finales del siglo XIX tampoco es género histórico…
Tampoco me importa la opinión de este Pomposo que parece hablar ex cátedra y enseñar de auténtica flema e ironía anglosajona a sus paletos paisanos. Como no necesito permiso de el para escibir lo haré, y si algún día tengo oportunidad, enviaré mi manuscrito, pero, desde luego, a él, no.
Comentarios
Publicar un comentario