Por qué este blog


Recuerdo mi primer escrito publicado. Era una breve reseña  del primer vuelo del transbordador espacial “Columbia” y el avance que suponía para la investigación. Fue publicado en 1.981, en la primera edición del diario del colegio.  El tema me apasionaba, la investigación del espacio, pero no a los profesores y alumnos que decidían los contenidos del periódico. Finalmente, insertaron mi artículo, eso sí, en un discreto lugar, destinado un apartado que la mayoría de los diarios destinan a noticias de “sociedad” o de algo incalificable dentro de los apartados habituales de un periódico. La razón no fue mi calidad literaria ni el repentino interés de mis profesores y compañeros por la divulgación, sino la escasez de propuestas. Sin embargo, no me preocupaba lo más mínimo, sólo la ilusión de publicar mi modesta historia de ciento cincuenta palabras con dibujo incluido que mecanografié repetidas veces con la máquina de escribir que teníamos en casa, (una máquina que mi madre trajo de Inglaterra, un tanto especial, por el hecho de que incorporaba una letra “ñ”). Así, la multicopista del sótano del colegio (aún no había irrumpido en nuestras vidas la milagrosa fotocopiadora) se puso a funcionar y tras varias correcciones presenté el breve escrito que vio la luz en una esquina de la página tres de cuatro que constaba aquel modesto diario, del que recuerdo no salieron más de tres números.

Confieso con vergüenza haber perdido aquel trozo de papel de multicopista. Lo deseché con otras muchas cosas, como el propósito de  emprender cualquier trabajo literario.  Para mi ignorante punto de vista, aquello era incompatible con mi decisión de ser ingeniero. Ahora que ha pasado el tiempo y que he conocido los casos de compañeros ingenieros escritores y también de autores famosos que ejercen su profesión al margen de la literatura siento que cometí un grave error.  Dicen que el arrepentimiento es algo estúpido. Yo pienso de igual forma,  si esto no lleva consigo una intención de enmendarse. La mía comenzó hace cuatro años, cuando tras varias “llamadas literarias”, que se resumían en una intención personal para el futuro pero nada más, me decidí a tirarme a la piscina para darme cuenta del planchazo que supuso seis lustros de oxidación de escritura.

Esa oxidación literaria que me hace sentir aún peor por algo que mi profesora de lenguaje me dijo delante de mis padres. Afirmó que era un fuera de serie para las letras. Me gustaba escribir y decían que lo hacía bien. Yo recuerdo que me gustaba hacerlo. Escribía y releía de inmediato y lo corregía y aquello resultaba legible. Parece que se me daba bien. Y gustaba. Mi padre se llevaba mis escritos y lo leía a sus compañeros con orgullo. Él, aún, me lo recuerda que escribo bien y también me anima hoy a retomarlo.  Por eso deseo echar el tiempo atrás y regresar a aquel punto en que decidí no confiar en mí mismo. Pero ya no veo a ese incipiente escritor. Lo intento ver en las torpes líneas que ahora redacta, tratando de reflejar ideas. Quizás no sea más que ponerse de pie de nuevo y emprender el camino.

Han pasado treinta años desde aquella multicopista del colegio. Ahora  existen los diarios electrónicos  y los teléfonos móviles con internet. Y lo que es mucho mejor. Lo que la red otorga, esa libertad y la ocasión, magnífica, de publicar por uno mismo. Veo el blog como una oportunidad de retomar ese camino de nuevo.  Ahora el límite no es una vieja multicopista, tampoco el impedimento de los que decidían lo que se debía publicar y cómo. Tengo claro que en esta ocasión el límite es el talento. Solo me animan aquellas antiguas palabras de mi profesora y las recientes de mi padre. Mi deseo con este blog es el hacer regresar a aquel niño de trece años que escuchaba aquellas palabras de ánimo.